
Ahí está la laguna, escondida, mansa, yo no sé como era capaz de meterme en esa agua tan sucia, llena de ranas y culebras, todavía me estremezco cuando recuerdo como esa bicha grande venía hacia mi contoneándose.
Me bañaba cuando iba a coger arcilla, para esculpirla y hacer caras sin nucas, solo frente, ojos, nariz, boca y barbilla, si era con barba, mejor, por eso, lo que mejor me salía eran los cristos, algunos incluso los termine por detrás.
Una vez terminado lo dejaba en la ventana para que se secara y allí se quedaba meses y meses, porque aunque ensuciaba el mármol, mi madre no se atrevía a tirarlo, ¡como iba a tirar la cabeza de un cristo!, ¡con sus espinas y todo!.
Menos mal que un día, como por arte de magia se caía, ya tenia la excusa perfecta para tirarlo.